sábado, 20 de septiembre de 2008

Choque

dejar en piloto automático
la esperanza,
reducir al mínimo
nuestro equilibrio de fe.
entonces, recién entonces,
entrar en colisión
con el presentimiento.

amigos,
miren lo que queda del día,
¿esperaban algo detrás
del viento?
este poema debería ser
una onomatopeya.
cuando llego Gabriel,
corriendo desde la otra cuadra
la remera en la cintura,
el pelo atragantado
en su respiración,
las rodillas moradas
de costra,
y se sumó al equipo rival.
ese que no era mío.
que no fue mío entonces
y que tampoco lo es ahora.
cuando desestabilizó
la balanza
con la corrida de polvo
en el baldío vacío.
todavía no estaba el departamento
en el primer piso,
ni la oficina de seguros,
ni el locutorio
ni la obra social
de los camioneros
y de los taxistas.
cuando saltó a cabecear,
en el último minuto
de la tarde
el marcador partido
a la mitad, sin centro visible
ni alegoría mínima,
cuando vino Ulises,
la pierna arriba,
en llamas,
derecho al mentón.
cuando Gabriel
acomodó su cara en el medio
del zapato sucio del
desconocido,
la lengua apretada contra los dientes.
el zapato en la pera,
el corte,
la sangre,
la mitad de la lengua entre la tierra.
la pelota fuera del arco.
el empate final de
nuestra infancia.
por eso digo,
entiendan, que
este poema debería ser
una onomatopeya
.